martes, 2 de julio de 2013

Sin refugios...

Cuando ya no hay refugios sólo quedas tú. Bajo el sol, bajo la lluvia, sintiendo cada respiración, cada emoción, permitiendo el fluir de cada instante con la certeza de que todo cambia, todo gira, pero sabiendo también que existe algo inmutable : tu amor. Ese estado de ser te envuelve, te desborda, y puede extenderse desde ti a todo aquello que está en tu vida en este momento, a aquello que un día se fue y de pronto aparece, e incluso subyace también en esencia junto a lo que ya no vuelve, junto a lo que se perdió o quedó en el olvido. 

Desde esta visión el amor no es enamoramiento, fraternidad, complicidad, amistad... No es un sentimiento, es un estado, y en esa forma nunca cambia. Por eso no importa todo lo que se agite o se agote en tu vida, que no te perderás. . . Porque cuando ya no hay refugios, cuando no buscas nada externo a lo que asirte para dejar de mirarte, cuando ninguna estrategia de tu mente sirve para alejarte de lo que verdaderamente hay en tu interior, en ese instante ya nada puede apartarte de ti, y puedes ver más allá de todo ese vértigo, de toda emoción, de toda contradicción, y encontrar el amor que está debajo de todo eso. . . El tuyo, infinito e inmutable. Entonces eliges ser y vivir a corazón abierto, haya lo que haya dentro y fuera. Porque sabes que suceda lo que suceda siempre quedarás tú, sin refugios, presente en cada instante y amando todo lo que albergue cada momento, desde lo más insólito, hasta lo más doloroso o lo más pleno. Sientes todo, y a la vez estás en amor. Vives y observas.  Eres libre.


lunes, 1 de julio de 2013

De más o de menos

Una primavera de más o una primavera de menos. Dejando de contar se levantó del sofá con aire descabalado, como si sus piezas hubieran perdido el raíl, y sus motores los frenos. Extrañamente ausente y reconocida en ese paso galopante y deseoso aterrizó en su memoria. Como si fuera presente. Una primavera de más o una primavera de menos. Se descubrió soñando, otra vez, parada y en silencio. Dejó de contar y apagó la luz del trastero de sus luciérnagas, sin nostalgia, con vehemencia. Observando el nuevo panorama no pudo por más que perseguir a la mosca que atravesaba su salón de lado a lado y sin cordura, y abrió las ventanas, y cerró los ojos. Ya no la vio. Una primavera de más o una primavera de menos. Dejó de contar para observar después su reflejo en el cristal de esa mesa vacía y repleta, absurda y sincera. Se miró largo rato esperando a la sombra que no llegaría. Cayó de su tiempo, cayó de su espacio. Y no quedó nada. Ni primaveras, ni moscas, ni alientos. Ninguna certeza, ningún sendero, ninguna derrota.

Dejó de contar...